Como a los otros negros, le tocaba trabajar en el viñedo del amo, o en la casa, según la época del año. Pero ella, muy pícara, juntaba las uvas en la cesta y, en vez de llevarlas al gran barril donde las pisarían para hacer vino, las vaciaba en un lugar del campo y allí se acostaba para esperar a su negro. Ahí él se encargaba de exprimir los jugos de las uvas... y los de ella.
Un día el amo descubrió la jugarreta y se enfureció. A su negro lo mandaron lejos, a otros campos, y ella se convirtió en uno de los postres favoritos del amo. No era raro que él la poseyera sobre una mesa que había colocado en el mismo campo, como para lavar la afrenta ahí, en el terreno.
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