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29.8.06

El amor y la rosa

Comparto la poesía del gran Antônio Maria Araújo



Guarda a rosa
que eu te dei
Esquece os males
que eu te fiz
A rosa vale mais
que a tua dor
Se tudo passou
Se o amor acabou
A rosa deve ficar
Num canto qualquer
do teu coração
O amor renascerá



Guarda la rosa que te di
olvida los males que te causé
la rosa vale más que tu dolor
Si todo pasó
si el amor acabó
la rosa debe quedar
en un rincón cualquiera
de tu corazón
el amor renacerá


24.8.06

Tus pies...

corren
andan sin temor
calzan tus botas finas
son columnas de tu alarde
basan tu paz
sustentan tu figura
reclaman mis pasos
buscan nuestro oasis




























se entrelazan a mis piernas
juegan conmigo
dibujan mis caminos
caminan las calles de mi casa
bailan a nuestro compás
acarician...
se levantan
se separan
me invitan
se acercan a mis labios
se estremecen si los beso
recorren mi pecho
comulgan en mi vientre
se apoyan en mi espalda
se amarran a mi cadera
se tocan tras mis nalgas
se relajan en mis muslos
descansan en mis pantorrillas
se hunden en mi cama
se encuentran con los míos
sustentan tu figura...
reclaman mis pasos...
buscan nuestro oasis...

16.8.06

Laura, el amor universitario

Recuerdo que sus ojos eran hermosos. Una especie de aureola amarillenta rodeaba sus pupilas, y de ahí hacia afuera el color decantaba hacia un gris azul que era motivo suficiente para adorarla. Delgada, blanca y rubia, era exactamente el modelo de mujer que había deseado desde pequeño y ahora, a mis 17, estaba allí, ofreciéndome su mano para enlazarse con la mía.
La acababa de conocer en la universidad 15 días atrás y sin que yo supiese muy bien cómo, ya era mi novia. La llamaré Laura. Es mayor que yo por un año y cumplimos en días muy cercanos. A ambos nos rige Escorpio, el signo de la sexualidad. Y en verdad nuestros juegos eran muy fogosos. Aún no habíamos tenido sexo; sólo habían pasado dos semanas, pero las caricias, los besos y nuestra picardía, incluso frente a los demás, predecían inequívocamente nuestras ganas. Estábamos que nos comíamos.


Esa tarde Laura y yo nos habíamos reunido con Dilia, otra compañera de clases, para hacer un trabajo de investigación que estaba bastante adelantado, así que llegamos a la casa de Dilia a eso de la 1:00 p.m. con muy buen humor y dispuestos a pasar una tarde agradable, con mucha paz. Una hora más tarde nuestra amiga se puso una pintura roja en la boca, se maquilló un poco y anunció que saldría de casa porque debía comprar bebidas, así que se fue. Para nuestra sorpresa, cerró la puerta principal con llave y se despidió burlonamente, diciendo: "Disfruten, tienen tres horas para ustedes solitos"...
Laura y yo nos quedamos en shock 2 o 3 minutos, en los que no decidíamos qué hacer. ¿Estaría Dilia gastándonos una broma o esas tres horas eran de verdad? ¿Y si venía la familia? ¿Y si ella regresaba? ¿Y si...?
Tenía su boca a dos centímetros de la mía y veía sus ojos embelesado, con el corazón adolescente latiendo a ritmo de samba, sabiéndome dueño de una oportunidad que no debía desperdiciar y que –estaba claro por su actitud- Laura tampoco pensaba perderse. Se despejaron las dudas y salimos del trance para entrar en un juego exquisito y que hasta hoy, 12 años más tarde, recuerdo como uno de los momentos más increíbles de mi vida.
Su lengua saboreó deliciosamente mi boca. Un cosquilleo ardiente se diseminó desde mi pene hacia la nuca, recorriendo en un escalofrío mi espina dorsal hasta sentir un golpe seco en la base del cráneo; no es posible estar más excitado, así que respondí tomándola por la cintura y atrayéndola rápida pero suavemente hacia mí. Estábamos de pie y cuando la abracé sintió mi erección, poderosa, evidente, típica de esa edad. Eso la encabritó y su beso se hizo invasor, nuestras manos recorrían la piel del otro por debajo de la ropa y allí, por primera vez, sentí sus senos tibios, tras deshacerme del sostén que los aprisionaba.
Saqué su blusa y los lamí tiernamente. Eran pequeños pero muy firmes, con areolas rosadas y una textura celestial. Ella a esta altura ya me había sacado la camisa y acariciaba mi pecho haciendo pequeños pellizcos cerca de las tetillas. Mi excitación crecía a cada instante y sentía cómo todo mi cuerpo se electrizaba con cada roce de Laura.


La falda no duró nada en su lugar. Me quité rápidamente el pantalón y los interiores e inmediatamente después me arrodillé frente a ella. Su vello púbico era castaño claro y formaba una pequeña mata que despedía un olor único, que sólo he sentido en ella. Como llevado por una fuerza superior, deslicé mi rostro por la almohadilla peluda que cubría sus labios vaginales. Podía ver entre ellos una fisura muy rosada y húmeda, que empezaba a apretarse contra mí. Ávida, mi lengua se introdujo entre los labios mayores y hallé un clítoris que sobresalía un poco del conjunto. Lo lamí con poca pericia pero mucho ardor, porque bastante había leído acerca de ese maravilloso órgano femenino.
Sin embargo, yo no aguantaba más. Había un sofá sin brazos en la sala, de modo que me la llevé cargada hasta allá, porque Laura apenas pesaba 47 kilos, y yo 60 o más... la deposité en el sofá e inmediatamente intenté penetrarla, pero Laura era virgen, una extraña sorpresa para mí. Me encajé con fuerza en la entrada de su vagina y comencé a moverme lentamente para que se acostumbrara a la presión de mi pene sobre el himen inmaculado. Ella no sintió dolor o lo disimuló muy bien mientras estuve intentando perforarla pero, apenas logré traspasar la tenue barrera, lanzó un grito terrible. Sin embargo me sostuvo las caderas con las manos y me pidió que me quedara quieto allí adentro. Mientras una lágrima le resbalaba, tuvo aún humor para decirme: "¡si lo sacas ahora te dejo!" y yo obedecí.
Al cabo de unos minutos durante los cuales nos distrajimos gozosamente entre besos y caricias, cara a cara, me pidió que la cabalgase. Entonces sentí la mayor delicia en este mundo: el frote de sus paredes alrededor del pene, estrechándome, abriéndose lentamente para darme paso, resbaladizas y firmes en torno al glande, humedeciendo el tallo y la base alfombrada con mi propio vello.
Me movía sobre Laura y ella ¡estaba gozando!. Por encima de la irritación de su reciente desfloramiento, su cuerpo le enviaba señales de placer y pude ver cómo su cara se torcía hacia atrás, dejando los ojos en blanco y, poco después escuché un segundo grito, tan profundo como el anterior pero sin rastros de dolor. Le llegó un orgasmo con el que casi perdió el sentido. Sus ojos en blanco, la convulsión de su cadera y sus uñas atravesándome casi la espalda fueron un estímulo extra que rompió mi resistencia, sintiendo entonces que debía salir de ella cuanto antes, para no tener que criar niños. Salí violentamente de ella mientras salían chorros de semen desde mis entrañas, e iban a caer sobre el tenso abdomen de mi novia, quien me veía complacida por su gozo y el mío.
Inmediatamente me acurruqué con ella en el sofá y hablamos del amor, de nuestras vidas, de lo hermoso que fue. Hicimos promesas imposibles.
Dilia llegó, efectivamente, a las 5 de la tarde. Nos despertó suavemente, porque habíamos caído en un plácido sueño de pareja. Lo primero que vi fue su rostro maquillado y sus labios muy rojos. Después de la modorra inicial, recordé que estaba desnudo, y, entre excusas, cubriéndome y tratando de cubrir a Laura, buscaba con la vista la ropa, que estaba en la cocina, pero no lo recordaba. Dilia estaba muerta de risa y me dijo que me tranquilizara:
¿saben qué hora es? Hace como media hora que los vi dormidos, y me gustó como se ven ustedes juntos, hacen una linda pareja, ella blanca, tú moreno. Incluso sentí deseo de tocarte pero Laura es mi amiga. –dijo, con un guiño- Así que no te tapes más, ya te vi bastante.
A pesar del discursito, prácticamente corrí hasta la cocina para vestirme cuanto antes. Lo mismo hizo Laura aunque más tranquila. Seguramente ya su amiga la conocía desnuda.
Nos despedimos un poco atolondrados por la situación y nos fuimos por la calle muy felices, eufóricos, riendo a cada cruce, a cada calle, hasta que llegamos a la casa de Laura. Allí nos despedimos con una felicidad superior a cualquiera que recordáramos y finalmente, regresé a casa.
Me procuré una toalla y me desvestí en el baño, para ducharme. Fue entonces cuando noté dos grandes anillos de rojo carmín que rodeaban mi pene.


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